Valoración: 6/10
Yo, también
Y nosotros tampoco
Dejemos las cosas claras: No seré yo quien diga que en España solo sabemos hacer películas sobre prostitutas, mujeres maltratadas, toxicómanos y discapacitados, pero es innegable que al cine español no le sobran ideas. Lo cierto es que resulta muy complicado defender la originalidad temática en un panorama copado una y mil veces por un cine social que generalmente tiene mucho más de drama que de denuncia. Aunque habrá quien piense que en éste campo nuestro cine tiene un público fiel y se mueve como pez en el agua, toda producción española de éste tipo parte en clara desventaja.
El protagonista de Yo, también es Daniel, un chaval que tiene el honor de ser el primer licenciado con Síndrome de Down del país -tanto en la vida real como en la ficción- y que afronta su primer trabajo en un puesto de funcionario. Si Daniel es una persona discapacitada pero intelectualmente lúcida (y de qué manera) su compañera Laura adolece de una verdadera discapacidad emocional. Incapaz de poner en orden su corazón y su vida personal, Laura encontrará en Daniel un fiel confidente, aunque evidentemente termine despertando en él algo mucho más profundo que la amistad.
Desde sus inicios en el mundo del cortometraje, Álvaro Pastor y Antonio Naharro han mostrado una fuerte implicación personal con las personas afectadas con Síndrome de Down. La primera virtud de Yo, también es que no es una producción oportunista y eso se deja notar en el resultado. La película está interesada en hacernos reflexionar sobre los tabúes de la sexualidad en los deficientes mentales, en la realidad de esos bailarines que no son niños en absoluto y que también sufren, aman y follan. Eso explica la singularidad de un guión más interesado en el humor que en el drama pero que no descuida en absoluto el elemento concienciador. En otras manos una historia de éste tipo podía haber caído fácilmente en el espectro lacrimógeno pero la película decide ahorramos éste apartado, ayudando además a la normalización de lo que está contando.
Sin alardes ni excesos, los directores recurren a una cámara nerviosa y a la fotografía pálida habitual de éste tipo de producciones, dejando el protagonismo a los actores. Aunque la película malgasta parte de su metraje en historias secundarias sin mayor interés -sobre todo el drama familiar de Laura- también nos deja con algunas escenas notables como la del burdel o esa en la que la madre del protagonista se disculpa por haber contribuido a un desarrollo intelectual que a la larga solamente conduce a la frustración. Como fan declarado del compositor Guille Milkyway no puedo sino celebrar la curiosa selección de música indie (el término le viene que ni pintado a la película) que suena a lo largo del film, tema de La Casa Azul y rumba al estilo naif pop incluidos.
La película no funcionaría de no ser por sus dos intérpretes principales. Las dos Conchas de Plata obtenidas por Lola Dueñas y Pablo Pineda en el Festival de Cine de San Sebastián frente a verdaderos monstruos como Robert Duval o Ricardo Darín han generado demasiada polémica como para no pronunciarse al respecto. De Lola Dueñas sobran todas las opiniones que pongan en duda su calidad como actriz, una de las mejores del panorama nacional. En cuanto a Pineda, el sevillano firma una primera interpretación muy meritoria dando vida a un personaje con el que comparte gran parte de su historia personal. Colegueos y simpatías aparte, un galardón ampliamente merecido, aunque se puedan objetar ciertas pegas a su papel. Dejaremos en simpáticos a los secundarios, entre los que encontramos a uno de los directores.
La ópera prima de Álvaro Pastor y Antonio Naharro está llamada a convertirse en uno de los fenómenos cinematográficos nacionales del año. No le sobran motivos por haber sabido tratar un tema delicado con una sensibilidad fuera de toda duda a través de una película que dice sí al humor sencillo y entrañable frente a la lágrima fácil. Ante todo, la historia de Laura y Daniel nos llega. Es una lástima que más allá de ese adentramiento en las raíces de la discriminación mediante una historia de amor sin referentes todo termine en el final agridulce acostumbrado. Y ahí está precisamente la gran pega de Yo, también. A pesar de que en ésta película el drama social está diluido en unas buenas dosis de carcajadas, sigue siendo más de lo mismo.
Enoch
No hay comentarios:
Publicar un comentario