Valoración: 8/10
Desde Francia con amor
Considero oportuno comenzar esta reseña con una anécdota personal en el recuerdo. Hace un par de años tuvimos ocasión de charlar con Pascal Laugier en la fiesta de clausura de nuestra querida Semana de Cine Fantástico y de Terror. En cierto momento, el director de Martyrs expresó su admiración por cine de terror español, considerándolo un terreno plagado de creadores interesantísimos. Además de resultar un tipo encantador, Laugier nos hizo reflexionar acerca de cómo uno tiende a fijarse casi siempre en los foráneos como modelo a seguir, olvidándose injustamente lo que tenemos en casa.
Algo parecido es lo que le ha sucedido al grueso de los aficionados al fantástico de nuestro país, inevitablemente hipnotizado por los recursos de las producciones extranjeras. Y es que a veces tiene que aparecer alguien de fuera que nos recuerde nuestros propios méritos. En este caso es a través de un modesto documental firmado por un realizador también galo, Yves Montmayeur, hombre especialmente interesado en el cine asiático y con una nutrida lista de trabajos a sus espaldas sobre temáticas como el Yakuza Eiga, Christopher Doyle o el Estudio Ghibli de Hayao Miyazaki.
El campo de estudio de esta autopsia del nuevo cine fantástico español está muy acotado al género del terror, el que más producciones y beneficios fuera de nuestras fronteras ha generado en la ultima década gracias a películas como Los sin nombre, REC o El orfanato, sin olvidarnos de esa extraordinaria rareza que es El laberinto del Fauno. En efecto, nuestro cine de terror es un fenómeno en auge que exporta y atrae -ahí están los casos de Fresnadillo, los hermanos Pastor o Guillermo del Toro- a cineastas que son tanto profesionales como amantes del género. Lo dejan patente las reflexiones de Alejandro Amenábar, Álex de la Iglesia, Jaume Balagueró, Paco Plaza o Nacho Cerdá, unidos en una misma obsesión, casi enfermiza, por la muerte.
Dejando a un lado la metafísica, este documento no podía pasar por alto los certámenes más relevantes del calendario nacional del género, la incomparable -asumido que cada uno tira para casa- Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián y su hermano mayor, el Festival de Sitges, con sus exposiciones, puestos de merchandising y colas de aficionados. Años de grabaciones in situ recogidas por la cámara del francés que se hacen cortas para todos aquellos que se han curtido en esto del cine en esas inenarrables sesiones del Teatro Principal. No tenía reparos en admitir Montmayeur, medio serio medio en broma, que se trata de una auténtica labor de propaganda para el certamen que dirige Jose Luis Rebordinos.
En definitiva, Viva la muerte! es un brevísimo pero intenso trabajo más interesado en las emociones y la reflexión que en la rigurosidad, un verdadero regalo especialmente dirigido a todos los cinéfagos de los monstruos, los sobresaltos y la casquería ante el que un servidor no puede ser objetivo. El propio director asegura que la distancia le ha permitido analizar mejor nuestro fantástico pero no es del todo cierto: Una vez visto su trabajo uno se da cuenta de que cuando se ama de verdad el cine las fronteras y las distancias se desvanecen. En las sombras del anonimato, Yves Montmayeur ha sido uno más de nosotros.
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