Valoración: 6/10
Le jour ou dieu est parti en voyage
El Infierno en Ruanda
Comencemos esta reseña con una necesaria contextualización histórica: En 1994, en medio de un clima social cada vez más crispado, facciones radicales de la etnia hutu masacraron a 800.000 civiles ruandeses en la que es una de las mayores tragedias humanas de la historia moderna. El género documental ha abordado en numerosas ocasiones aquellos eventos pero, repitiendo la indiferencia internacional que los rodeó en su momento, el cine de ficción no ha querido profundizar demasiado en aquella matanza. Muy al contrario, el cineasta belga Philippe Van Leeuw -un hombre que ha trabajado con grandes directores del cine francés como Bruno Dumont- aborda ese trágico período a través de su primera película como director.
Van Leeuw decide exponer la tragedia de los tutsis desde un punto de vista intimista pero no por ello menos cáustico. El contexto histórico y político del genocidio de Ruanda queda relegado al olvido en favor de los dramas personales de los supervivientes. En éste caso se trata del de Jacqueline, una joven tutsi que trabaja de niñera en la casa de una familia belga cuando estalla la masacre. Escondida en la buhardilla de la residencia, Jacqueline consigue escapar a los asaltantes solo para encontrarse con que sus dos hijos han sido asesinados. Huyendo a la espesura de la selva la mujer se topa con otro superviviente gravemente herido.
El film de Philippe Van Leeuw es una descorazonadora exploración del desaliento, la demencia indiferente que invade a la persona cuando ya no le queda absolutamente nada. Da la impresión de que la protagonista de la historia se esfuerce en sobrevivir por puro instinto animal, relegada su condición humana a un segundo plano. Así, asistimos a una especie de regresión evolutiva a las necesidades básicas del ser humano (el sexo al calor de la hoguera, el hombre con la lanza en la mano en busca de alimento) que solo deja paso a la más absoluta locura. La selva de la película es un verdadero laberinto de dolor cuya única salida es la muerte.
Para escenificar toda esta decadencia el director recurre al plano fijo, retratando a los asesinos desde la distancia pero acercando a un tiempo la cámara al rostro de su víctima. Tan solo en un par de escenas se permite Van Leeuw acelerar la acción mediante mecanismos diferentes, en ese comienzo soberbio con la protagonista escondida mientras se escuchan las voces de los invasores y en esa otra escena de persecución completamente desquiciada por la espesura machete en mano. Durante el resto del metraje la cámara prefiere detener su mirada en la vegetación de una jungla cuya espesura no deja ver el cielo.
Siguiendo con la tónica intimista, Le jour ou dieu est parti en voyage solo recurre a dos personajes para contar su tragedia. Ruth Nirere se encarga con solvencia de dar vida a Jacqueline mientras que Afazi Dewaele suscribe su presencia a la del papel secundario. A la actriz principal le viene un poco grande el rol protagonista pero sus enormes ojos desprovistos de luz indican que ha sabido interiorizar a la perfección la desesperación inerte de su personaje bañado en sangre, lágrimas, orina y barro. El intento de suicidio en el agua que en un principio se había convertido en su salvación es solo el preludio a esa otra solución final, ese abandono a la suerte de una persona que termina por convertirse en un auténtico muerto viviente.
Quién sabe qué formas de exteriorizar el horror ingeniarían los propios supervivientes de las masacres africanas de poder hacerlo en forma de celuloide. Mientras África no pueda filmar sus propias historias deberán de ser directores comprometidos con sus dramas como Philippe Van Leeuw quienes lo hagan por ellos. A su opera prima le falta cierta contundencia pero no cabe duda de que ha sabido hacer llegar al espectador el infierno de Ruanda a través de un film pequeño y loable en su denuncia. Quizás sea ese magnífico plano de la protagonista con el crucifijo puesto del revés sobre la frente el que mejor resume el angustioso mensaje de su película. Dios se ha marchado de viaje: En su ausencia todo es muerte.
Keichi
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