Valoración: 6/10
Leche a falta de sangre
Cuando alguien encargó a dos guionistas de la MTV que idearan una película destinada al mercado domestico con el título comercial más alocado posible, Paul Hupfield y Stewart Williams concluyeron que este divertimento definitivo debía contener tres elementos: Vampiros, asesinos y lesbianas. Ni más ni menos. Tras eso, su proyecto pasó varios años en la guantera a la espera de ser resucitado y finalmente lo ha hecho de la mano del director Phil Claydon, en un momento especialmente propicio para los chupasangres. Después del atracón de vampiros que estamos sufriendo ya iba siendo hora de que alguien se atreviera a meterse con los señores de la noche.
La historia de Lesbian Vampire Killers es completamente intrascendente más allá de la excusa para la risa pero vamos con ella. Tenemos a Jimmy y Fletch, dos loosers de acampada en un pueblo perdido en el culo mundo que tienen la suerte de coincidir con un grupo de despampanantes excursionistas con las que pillar cacho. Lo que no saben es que sobre el lugar pesa una maldición que convierte a las mujeres en lesbianas vampiras, controladas desde la tumba por la mismísima reina Carmilla. Efectivamente, sobra cualquier comentario.
¿Cumple Lesbian Vampire Killers lo que promete? Al menos no punto por punto. Si la figura del vampiro lleva asociada per se ciertas connotaciones lésbicas ya presentes en la novela de Le Fanu y el cine no ha tenido reparos en trasladarlas a la gran pantalla -véase las Vampiras de Jess Franco o incluso La hija de Drácula- aquí solo se referencian de forma anecdótica. Consciente en todo momento de su condición inamovible de comedia, el film renuncia a cualquier tipo de atrevimiento. Quizás por eso los momentos de acción tampoco terminan de convencer demasiado y en vez de activar la película la desinflan considerablemente una vez superados los homenajes a la Hammer.
Liderando el reparto aparecen James Corden y Mathew Horne, pareja de cómicos famosa por sus apariciones en sitcoms de la BBC como Gavin & Stacey en cuyo lucimiento personal encontramos el letmotif de la película. No les falta química pero seguramente el espectador nacional no terminará de apreciar su conexión. Les acompaña el también británico y televisivo Paul McGann (Doctor Who) y la sueca MyAnna Buring, a la que pudimos ver en The descent. Cumpliendo a la perfección con su papel está el resto de vampiresas y chicas de la furgoneta Scooby-Doo, exhibiendo su cuerpo y su falta de cerebro.
Es el dúo protagonista el que consigue arrancar la carcajada al espectador a través de algún que otro gag visual pero sobre todo con unos diálogos repletos de chistes soeces, machismo y muchas palabrotas que funcionan a la fuerza. Algo así como una mezcla de Zombies Party con American Pie. Nada de humor británico, o por lo menos lo que antes de Benny Hill se entendía por humor británico. De fondo nos encontramos con una realización nada desdeñable que tira de los decorados de cartón piedra y la estética del comic al más puro estilo Sin City. Un elemento sorprendente dentro de la falsa caspa es la inspiradísima banda sonora, piezas clásicas para momentos cómicos y temas originales de Debbie Wisemen interpretados por la Royal Philarmonic Orchestra.
En definitiva, Lesbian Vampire Killers es una comedia inofensiva que no quedará en el recuerdo pero que puede presumir de haber contentado al exigente -aunque en esta ocasión algo aburguesado- público de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián. Una mamarrachada divertida e intrascendente a la que se le puede objetar un gore más blanco y menos sexploitation del deseado. Pero lo más risible del asunto es que las lesbianas de esta película, aún con su sangre lechosa, son bastante más auténticas que todos esos afeminados y castos chupasangres de moda.
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