Valoración: 4/10
Una estafa a domicilio
Para evitar malentendidos, he de comenzar esta crítica admitiendo que no aguanto a Richard Kelly. Sin considerarla un absoluto engañabobos, Donnie Darko siempre me ha parecido una película tremendamente sobrevalorada y su director un bluff en toda regla. Estas sospechas se confirmaron con el segundo largometraje de un cineasta al que, tras una opera prima convertida en película de culto para gafapastas, se le ha dado todo. Southland Tales ni siquiera llegó a ver la luz en nuestro país pero el nombre de los actores que encontramos detrás de su tercer intento tiene el suficiente tirón como para que esta vez las quejas sean con fundamento.
Virginia, 1976. Norma y Arthur Lewis son un matrimonio normal al que un extraño propone un negocio. Les hace entrega de una caja que contiene en su interior un único botón rojo. El trato es el siguiente: Si lo aprietan, alguien que no conocen morirá, recibiendo a cambio un millón de dólares. Pronto descubrirán que el dilema moral de la elección es solo la punta del iceberg. Los ecos a la ciencia-ficción y el marco temporal no son un capricho del guión, puesto que su origen es un relato corto del escritor Richard Matheson publicado en 1970 que, a su vez, tomaba prestadas ideas de otro texto de Isaac Asimov. De hecho, ya se había llevado a la televisión en un episodio de The Twilight Zone dirigido nada más y nada menos que por Peter Medak.
Hay aquí una lectura política sobre la interconexión humana, el precio de la comodidad de unos a cambio de la condena invisible de otros. Lo mismo puede decirse de las connotaciones religiosas de una prueba en la que solo la paz es el camino a la salvación o un mundo en el que pagan justos por pecadores -curiosamente, la mujer es siempre el origen del mal- pero que contempla un cielo para los que han expiado sus pecados. Pero todas estas metáforas son en vano. Abandonada cualquier tipo de verosimilitud, el film es incapaz de ofrecer otra interpretación que no sea la de la primera capa de su historia, un batiburrillo infumable de alienígenas, conspiraciones gubernamentales y elementos surrealistas a lo David Lynch.
Tampoco los actores están muy finos. Aunque Cameron Diaz nos haya dado alguna que otra sorpresa en el terreno del drama, no es una actriz muy dotada para el llanto. Su papel de madre sufridora no es en absoluto creíble, como desapercibido pasa su compañero James Marsden. Frank Langella es el único que con su sola presencia, sin apenas esfuerzo, consigue inquietar al espectador, aunque la labor de los efectos especiales a la hora de deformarle el rostro le resta un poco de respecto. Por lo demás, una deplorable labor de casting.
Pero si algo termina de desgraciar esta película es el modo en el que se han ordenado sus secuencias. Es una pena que la buena labor de localización y la sobria fotografía con ecos a los setenta se hayan echado a perder por culpa de un desorden de montaje generalizado hasta el punto de que algunas escenas parecen no guardar correspondencia las unas con las otras, como sucesos aparentemente aleatorios. El ejemplo más chocante es el momento en el que el marido se somete a esa especie de viaje astral, demasiado cantoso para pensar que el film lo utiliza como un elemento más de creación de atmosfera.
The box se presume profunda en la superficie pero en su interior está completamente vacía. Efectivamente, hay una atmosfera, una buena labor técnica y unas caras famosas, pero al servicio de nada. En todo momento uno tiene la sensación de que la película se toma demasiado en serio a si misma. Si Kelly lo ha hecho a propósito o es un descuido, lo desconozco. Efectivamente, la tercera Ley de Clarke dice que toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia pero yo añado que toda magia puede convertirse fácilmente en fraude, como el de este drama moral con mensaje para preescolares escondido bajo los ecos a la serie B. Algo huele a podrido dentro de esta caja. Y no es la cara de Frank Langella.
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