martes, 1 de febrero de 2011

Los límites del Control

Valoración: 6/10

    The limits of control
    Usted no habla español, ¿verdad?


    Resulta imposible hablar de una película como The limits of control sin sacar a relucir términos como experimentación o postmodernismo. Seguro que más de uno se echa a temblar nada más escuchar estas palabras pero a diferencia de otros directores como Von Trier o David Lynch, Jim Jarmusch es demasiado serio como para partirse de risa pensando en la cara que se les ha quedado a los espectadores al salir de la sala de cine. No hay aquí un mínimo ánimo de provocación sino de superación, con todo lo malo y lo bueno que eso conlleva. Intentemos desgranar ordenadamente las claves de un trabajo que no se merece una crítica al uso como ésta.

    Un buen resumen de la película serían dos tazas de café, El embrujo de Shangai de Welles, diamantes como espejos rotos, obras de arte y cajas de cerillas en una cruzada contra los nuevos bohemios y la vida que no vale nada. Son solo algunas de las auto referencias repetidas una y otra vez a lo largo de las dos (excesivas) horas de duración del film. Dicho de otro modo, no tiene ningún sentido hablar aquí de guión ni de argumento. The limits of control es una película que busca construir su propio lenguaje narrativo como si de un sueño se tratara, con sus típicas irrealidades con cierta lógica. Así, el protagonista, un hermético Isaach De Bankolé, recorre la geografía española encontrándose con diversos sujetos con los que intercambia crípticas conversaciones y objetos varios.

    Curiosísimo el reparto de interpretaciones fugaces hasta el punto de que la excentricidad de los personajes ya suscita un cierto interés por si misma. Por citar a los más famosos, tenemos a una Tilda Swinton albina y con un paraguas transparente en un Madrid despejado, a John Hurt convertido en un encantador canalla enamorado de las guitarras de Sevilla, a Gael García Bernal transmutado en cowboy crepuscular o a Bill Murray como trajeado representante del las fuerzas del orden. Como si se sintiera en deuda con nuestra tierra el director también ha querido incluir en la historia a Luis Tosar, Oscar Jaenada y la irresistible Paz de la Huerta, cuyo cuerpo es todo un ejercicio de autocontrol para el silencioso protagonista.

    Jarmusch sigue siendo un fantástico creador de imágenes y atmósferas. Cada encuentro del hombre solitario está captado a través de una luz que es la misma y a un tiempo distinta, gracias a la reconocible fotografía del afamado Christopher Doyle. No es de extrañar que el carácter contemplativo y surrealista del film nos pasee por la salas del Reina Sofía o nos lleve a escuchar un ensayo íntegro de un recital de flamenco. Aunque rodada en España, durante algunos momentos de su desarrollo cíclico el film pretende desubicarse en el tiempo y el espacio. El director y su colaborador se permiten incluso el lujo de recrear un ambiente de spaghetti wéstern a su paso por los desiertos de Almería.

    Con todo, la hipnótica odisea de Jarmusch está lejos de ser perfecta. Una vez asumido el diálogo que el film entabla con su público y entendidas las motivaciones del director, todos esperamos algo más una vez acabada la película, una recompensa a nuestras pesquisas que el desenlace no está dispuesto a ofrecernos. ¿Interpretaciones? Todas. ¿Soluciones? Ninguna. El propio malvado del film nos pregunta cómo hemos sido capaces de llegar hasta ese final y es el protagonista quién se encarga de responderle por nosotros. O al menos por todos aquellos cuya imaginación haya sido capaz de inventar una lógica a la película o desentenderse de la misma, al fin y al cabo otra posible salida del laberinto imaginativo de Jarmusch.

    Definitivamente, The limits of control es una película para muy poca gente. No serán pocos los que se dejen arrastrar al cine atraídos por los grandes nombres de su reparto para encontrarse luego con un trabajo abstracto sin pies ni cabeza. Y es que la propuesta exige del espectador una mentalidad abierta e imaginativa y ciertas dosis de paciencia para ser degustada, aunque el conjunto no termine de emocionarnos. Esta es una de esas películas que transcurre por los límites de la cinematografía y que, de hecho, es más arte que cine. Está claro que Jim Jarmusch no habla castellano, ni siquiera un idioma cinematográfico o narrativo que alguien de éste planeta comprenda. Y sin embargo, algunos le entendemos.
Keichi

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