martes, 1 de febrero de 2011

Un profeta


Valoración: 8/10

    Un prophète
    Profeta en su tierra

    Después de cautivar a propios y extraños con De latir, mi corazón se ha parado, Jacques Audiard regresa a la palestra con un film que la crítica francesa ya ha coronado como la mejor producción de la temporada. Aunque la hayan vendido como un drama carcelario -en su presentación en el Festival de Cine de San Sebastián llegaron incluso a calificarla de Wéstern social- Un prophète narra en realidad la clásica historia de ascensión al poder dentro del mundo del crimen organizado. En efecto, la cárcel de Audiard es una escuela de la vida y quienes quieran ver en ella alegorías políticas o lecciones vitales también podrán hacerlo, pero eso no quita para que su tremenda fuerza subyugue ante todo nuestros instintos más primarios.

    No se puede sino admirar el vigor y la credibilidad con la que está narrada la evolución de un personaje que entra en la cárcel analfabeto, vulnerable y desubicado y resurge reconvertido en un curtido capo. Jacques Audiard no necesita recurrir a la estela de El Padrino o beber de las fuentes del cine negro ni hace falta que nadie le explique lo complicado que resulta aplicar técnicas cinematográficas modernas a historias de corte clásico -que se lo digan a Michael Mann y sus Enemigos Públicos- porque tiene bien claro en todo momento lo que significa actualizar el género a los tiempos que corren. Éste es el mundo del hampa moderno visto en forma de thriller desprovisto de encanto, violentamente desapasionado y sobrio en sus conclusiones.

    La cámara se mueve a sus anchas por el pequeño universo asfixiante de la cárcel, con sus despintadas celdas hiperrealistas, su trapicheo de drogas y cigarrillos y sus familias étnicas separadas por una línea invisible que cruza el patio. El toque de autor lo da ese otro realismo extravagante, ciervos corriendo en mitad de la carretera en forma de visiones proféticas del futuro o el fantasma del asesinado que aconseja a nuestro héroe en su camino a la gloria. La cámara lenta en el tiroteo final, las canciones de Dylan y la música de Alexandre Desplat, la fotografía en claroscuro de Stéphane Fontaine, el excelente trabajo de sonido, ese protagonista mojando sus pies en el agua del mar en vez de sumarse a la fiesta… Todo, absolutamente todo, está medido al milímetro en una película que merece estudiarse detenidamente con un segundo visionado.

    El desconocido Tahar Rahim es toda una revelación interpretando Malik El Djebna, un protagonista que no es un antihéroe al margen del sistema pero tampoco un malvado criminal al uso porque en la realidad de la prisión de Audiard no hay espacio para las heroicidades, los juicios morales ni la dignificación de la mafia, unas consideraciones que ésta película deja muy atrás. Portentosa y prometedora interpretación a varios niveles la de éste chico. Le corresponden el resto del reparto, Adel Bencherif, Reda Kateb y sobre todo ese magnífico Niels Arestrup completamente desquiciado porque su aprendiz, más que el negocio, le arrebata su condición de señor de la fortaleza.

    Después de todos estos argumentos sobra decir que Jacques Audiard firma con su quinto largometraje una magnifica película a la que solamente un metraje ligeramente excesivo impide alcanzar la quinta estrella. Poco o nada se le puede rebatir al Gran Premio del Jurado obtenido en Cannes que devuelve a Francia a lo más alto de su certamen estrella por segundo año consecutivo. Esta película rebate con argumentos de peso a todos esos incrédulos que piensan que el cine francés actual peca de ser demasiado intelectual. Más les valdría a muchos directores iluminados fijarse en la modernidad que empapa esta película en vez de recurrir a ejercicios narrativos del pasado. Un prophète consigue lo que Scorsese, De Palma, Coppola y otros intocables de Holywood llevan intentando desde la década de los setenta. Todo un descubrimiento.
Keichi

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