Félix es un joven soltero, excéntrico y extrovertido,
cuyo adinerado padre se halla al borde de la muerte. Meira es una mujer casada
y de arraigadas costumbres ligadas a su religión, pues es judía jasídica. El
destino querrá que se crucen sus caminos y que de su encuentro nazcan deseos y
anhelos más allá de lo carnal. Una relación imposible pero inevitable que pondrá
sus vidas del revés.
Maxime Giroux dirige esta película sobre las relaciones
entre culturas y religiones que le ha valido el premio a la mejor película
canadiense en el Festival de Toronto y poder competir en la sección oficial del
62 Festival Internacional de Cine de San Sebastián por donde pasó con más pena
que gloria.
El film, pese a tener momentos brillantes, sobre todo en
el relato de aquello que separa a los dos protagonistas y al abismo que abre la
religión entre ellos, no termina de cuajar. Parte de culpa reside en la escasez
de recursos técnicos y visuales que apenas alcanzan el nivel de telefilm, y gran
parte en la ausencia de química entre los actores que encarnan a Félix y Meira.
El tono de lo que nos cuenta, y cómo nos lo cuenta, es tan desapasionado e
inocuo que pierde toda la fuerza narrativa escapando de cualquier intensidad y
estancándose en una frialdad en la que el espectador jamás se implica en la
película perdiendo así toda emoción.
En conclusión, una buena historia que se queda en nada
gracias a lo poco arriesgado de un guión muy mejorable y a unas
interpretaciones tan frías como olvidables. Decepcionante.
Enoch
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