CAPITULO 1
AERYN
Bajo un cielo cuajado de estrellas, la noche bulle
repleta de vida y sonidos. Salgo a oscuras de mi cabaña y dejo que la negrura
me abrace susurrándome con sus mil voces los secretos nocturnos del bosque que
me acoge. He llegado al claro de las brujas -a mi claro, supongo, si he de
hacer caso a los que así me llaman- y me siento en el suelo dejando que mi
falda se extienda como un manto que no tarda en llenarse de pequeñas vidas
curiosas....
Es la hora de las criaturas, de los seres heridos e
indefensos, de los que moran en la sombra. Acuden a mí dañados, dolientes,
moribundos, y buscan en mis manos el contacto que ha de remediar o poner fin a
su dolor. Soy vida y soy muerte, soy una sombra más, un ser oscuro que destila
luz a través de sus dedos y sus ojos y sus labios y su piel. Soy la mortal que
no puede morir, soy la maldita, la mujer sin alma que habita en el bosque de
los ángeles de piedra... soy el silencio.
TARANIS
El sol muere, sangra sobre el horizonte... Espera su
amante, fría luna de invierno, presta, oculta entre los ya sombríos árboles,
para dar la bienvenida al reino de la oscuridad, de la noche, para entregar su
gélida caricia a sus criaturas condenadas en su despertar...
Quedan atrás las diarias pesadillas, los sueños de sangre
y culpa, los gritos de unas víctimas nunca olvidadas que se hacen susurro
quedando a mi espalda, ahogándose en el ardor guerrero del mar, como queda
atrás mi hogar, mientras camino... Lentamente, hundidas las manos en mis
rasgados bolsillos, ocultas, como lo está mi esperanza, viajan mis pasos al
encuentro del lunar manto, el níveo resplandor que busco, que me busca y halla
filtrándose ya entre las ramas, dotando de brillo y vida las feroces miradas
que me esperan, ocultas, entre troncos de centenario grosor, los lobos, mis
lobos.
Detengo mi caminar mientras sus figuras se perfilan entre
las brumas, mientras, uno a uno, dan un paso al frente en solemne saludo. Se
inclina mi rostro en silenciosa reverencia, bienvenida, agradecimiento por su
compañía, la única que puedo y quiero permitirme.
Pausadamente, unas sombras más oscuras que la misma
nocturna tiniebla se despliegan a mi espalda, se extiende el estigma de mi
condición en silencioso susurro, fundido con la voz calma de la noche,
respirando el mismo aire, mecidas con el mismo viento invernal, danzando al
ritmo mismo de las hojas que nos ocultan de toda luz, de toda mirada... Cobran
vida, exhalan su invisible presencia en un vívido batir que me impulsa hacia
adelante, que despega mis pies del beso de la tierra húmeda y me lanza a través
de los bosques...
Corren, corren ellos, los lobos, junto a mí, uniéndose más
y más letales criaturas que acompañan mi carrera, mi escapada hacia ninguna
parte. Busca, busca mi mirada unos ojos, los ojos de aquel que me observa en
cada sueño, aquel que ostenta el conocimiento, aquel que me fascina, aquel al
que temo... ¿dónde estás, señor del misterio, criatura sabia, encantada? ¿eres
tú, lobo de mis pesadillas, real? ¿eres tú mi muerte, eres tú mi redención?
Dónde estás...
AERYN
Es una sombra, sólo una sombra con la cual juega la tarde
que muere, dibujando fantasmas enormes en sus muros de piedra... un escalofrío
me ha recorrido al verla y me he envuelto apretadamente en mi chal gastado
buscando el calor perdido. Eso es lo que me repito desde hace unas noches,
desde la noche en la que surgió, de la bruma y la oscuridad, la nueva manada.
No han intentado establecer contacto con mis lobos, y Shadow afirma que han
fijado su territorio de caza en otro lugar, lo cual no tiene sentido... ¿qué
les trae aquí, entonces? ¿Qué buscan o a quién siguen? Conozco la respuesta y
me da miedo formular la pregunta. Las sombras mueren con la última luz, pero
ésta se mueve sobre las rocas, entre las ruinas, rodeado de los aullidos
lastimeros de esas criaturas de la noche que parecen increpar al cielo
implorando el fin de su agonía.
Oírlos duele; sus gritos nocturnos traen lágrimas y
angustia a mi pecho y no comprendo el motivo, pero me aterroriza regresar a
esas piedras que eran mi refugio, mi hogar seguro cuando las cosas se ponían
difíciles con las gentes del pueblo. He cesado mis paseos porque él los ha
comenzado. He dejado de contemplar las olas rompiendo contra las rocas porque
sus manos se alzan en medio de la niebla y parecen desatar tormentas elevando
las rompientes hasta las mismas ruinas. Me escondo en los límites del bosque y
espío tras un árbol sus movimientos, siempre lentos, como si el peso del mundo
viajase sobre sus hombros, y sin embargo, sus pies apenas parecen tocar el
suelo. Él trae la oscuridad, un manto brumoso le envuelve y los lobos le
rodean, volviendo atrás en sus cortas carreras, moviéndose a su alrededor como
guardianes de las sombras. He escuchado sus gritos, rugidos feroces e
ininteligibles dirigidos a los cielos, maldiciones o lamentos, no lo sé,
súplicas o amenazas... sean lo que sean, las sombras no hablan, me repito; los
fantasmas no corren en la noche con los lobos abandonando las ruinas que los
cobijan. De lo contrario, todo lo que creo saber, cada historia que he
escuchado y memorizado de los ancianos a lo largo de mi vida, serán puras
falacias, cuentos inútiles para contar al amor de la lumbre y asustar a los
niños.
No hay refugio esta noche para nada ni para nadie, pero
los demás no lo ven, no me creen, no quieren creerlo y yo envidio su
ignorancia, su capacidad de seguir adelante con sus vidas a pesar de que todo
ha cambiado hoy.
Los lobos lloran, aúllan doliéndose de la agonía de otro
ser que los reúne, noche tras noche, en las antiguas ruinas. El mal avanza,
inexorable, desde el mar hasta lo más profundo de los bosques, cubriéndolo todo
como la bruma cubre los páramos al llegar la oscuridad.
Y el mal es suyo,
proviene de él o le acompaña, no sabría decirlo. Ni siquiera puedo darle un
nombre, yo, que he nombrado a cada criatura, que he designado con dulces
cadencias cada árbol y cada arbusto de estas tierras. Ojalá fuese cierto el
temor de las gentes, ojalá la brujería fuese mi talento para poder conjurar
protecciones, hechizos, pócimas que me alejasen de esta presencia que se
apodera de todo con la prepotencia de un dios, con la superioridad que te da la
indiferencia... ha salido a cazar esta noche y no es carne lo que busca. Me he
refugiado tras la frágil puerta de mi cabaña en un inútil intento de espantar
el miedo... desearía reunir en torno a mí a todos y cada uno de mis amigos, a
los animales que constituyen mi única compañía, pero sólo Shadow permanece fiel
a mis pies, velando por mi seguridad, gruñendo a la noche que se insinúa bajo
la puerta y a través de las grietas de la madera; dentro, todas mis velas
encendidas, el fuego del hogar, cualquier cosa que me permita ahuyentar las
sombras... ¡Ojalá los lobos dejasen de aullar! Ojalá no tuviese que abrazar a
mi lobo, acallando mis sollozos aferrada a su lomo, para evitar salir en su
busca, porque una parte de mí, algo muy dentro de mi pecho, me dice que es él
el que buscaban mis ojos cada atardecer escudriñando el horizonte, más allá del
mar revuelto que salpicaba mi rostro en los acantilados; porque algo en mí
necesita salir a su encuentro y eso me llena de pavor...
TARANIS
Desgarra el sol la vida iluminando el nacimiento de un
nuevo día en un pálido horizonte más allá de donde la vista alcanza. Es hora de
regresar al hogar, al escondite, mi guarida.
Los lobos se dispersan, se pierden entre las agonizontes
sombras, desaparecen en la espesura en absoluto silencio, mientras, de nuevo,
solo, vuelvo a la fortaleza subterránea que oculta y protege mi existencia
durante las horas en que abandono la consciencia, la realidad.
Recuerdo la sombra entre los árboles, un suspiro del
viento, quizás un recuerdo hecho esquiva figura humana desapareciendo en las
brumas envuelta en escarlata terciopelo, perdiéndose en un remolino de dorados
cabellos...
Quizás el deseo, el anhelo de una rota soledad dibuje
fantasías, espejismos en mi mirada... Quizás el hambre de la bestia, la
necesidad y el desespero den forma a mentiras hechas sombras ante mis ojos...
Quizás... Quizás...
Camino, camino de nuevo perdiéndome en las brumas,
camino, camino de nuevo... hacia ninguna parte.
Recorren mis pasos las ruinas entre las que sólo el
viento susurra. En este amanecer, incluso las aves marinas parecen aún dormir,
hasta el océano mismo, en su calma parece plácidamente soñar acunado por sus
mareas... todo es quietud y es hora de sumarse a ella en pos de la prohibida
paz, de la suspensión del tiempo hecho sueño.
Buscan mis manos entre las rocas, accionan mis hábiles
dedos el mecanismo que revela la entrada al secreto complejo subterráneo que es
mi morada, oculta a cualquier mirada indiscreta y tan valiente como para
aventurarse a estos recónditos parajes.
Bosteza la roca cerrándose a mi espalda mientras
desciendo las húmedas escaleras sumiéndome en la más absoluta e impenetrable
negrura y frialdad, de nuevo en la nada, en la eterna noche, el corazón de la
tierra.
Apenas requiere un pensamiento prender las llamas que
cobran tililante vida en las antorchas que penden de los muros desnudos, fuego
que guía mi camino hacia el lugar de descanso, fuego que nace orientando mi
caminar, fuego que muere tras de mí deborado por la tiniebla a mi paso...
Sé que pronto el dolor instalado en mi alma, oculto en el
rincón más oscuro del voluntario olvido desplegará sus garras para desgarrar mi
carne, lo espiritual se hará físico y el sufrimiento será corpóreo y
terrenal... sé que pronto el depredador regresará, que mi voluntad, mi
resistencia, mi lucha, será una vez más... inútil.
El tiempo se acerca, el momento en que mis tambaleantes
pies habrán de cruzar bosques, senderos y acantilados para aproximarme a un
mundo, a una humanidad ajena al conocimiento de mi existencia, del ser más allá
de la razón, de la explicación y la realidad que se oculta allá donde no se
aventuran, en lo más profundo de la salvaje naturaleza. El tiempo se acaba, el
dolor regresa y sólo con la vida ajena podré paliarlo...
No hay lágrimas, no hay muecas dolientes en mi rostro, no
hay brillo en mi mirada perdida... Frío, muerto en vida, si es que tal concepto
es posible en una existencia que es eternidad... mas consciente de la inevitabilidad
de mi condena, su condena.
Permanezco unos instantes de pie, observando a través de
una abertura en la roca, rostro del acantilado, el nuevo día, dando la
bienvenida a una vida, a un despertar, a una existencia que no es propia, a un
mundo para el que soy un extraño.
Pero todo se nubla, todo contorno se torna amorfa
aberración en mi mirada en el instante mismo en que el dolor renace atronador y
aterrador en mi interior... Asen mis brazos, inútiles, mi torso... Gritan mis
labios un alarido de silencio mientras cae mi cuerpo sobre el colchón presa de
sobrehumana agonía...
Doblado, acurrucado sobre mí mismo, sobre un cuerpo hecho
tortura que me es tan propio como ajeno, aprieto mis párpados omitiendo un
mundo que ya no puedo ver, despliego mis celestiales extremidades envolviendo
todo mi ser... Pero en este amanecer, son cuchillas las plumas y de sangre el
río de visiones que me arrastra, bañado en dolor, hacia el reino de los sueños.
El depredador se acerca.
Por: Taranis Mörk & Aeryn Tywyll