TARANIS
Acantilados, gigantes de roca que, como yo, observan
impasibles el paso del tiempo. Murallas de fría inaccesibilidad, impasibles a
los elementos, inamovibles, desafiantes.
Fronteras entre vida y fría muerte en los brazos del
gélido océano en estas tierras norteñas que son, en mi secreta existencia, mi
hogar. Línea surcada por aquellas almas cuyo hálito de vida, la esperanza, es
sesgada por los vientos de la desgracia y se entregan a la nada.
Remanso de paz de mi lento caminar donde abandonar mis
retóricos ruegos, mis preguntas sin respuesta, mis gritos e imprecaciones, mis
súplicas a un océano, a un cielo de grises nubes que oculta el rostro de quien
me negó su gracia y firmó mi destino, mi destierro.
En tantas ocasiones, anclados mis pies en precario
equilibrio sobre el borde mismo del vacío, dejando que el rumor de las olas se
funda en lúgubre sinfonía con mi desgarrado grito interior, me permito ser
parte de ellos, una roca inmortal más de los acantilados, de los mortales
abismos… Aguardando, rogando en desesperanzado silencio, quietud y oscuridad
que una ola del destino, como tantas otras que a lo largo de los siglos han
bañado mi fría piel y perdido su fuerza y vida víctimas de mis mortales
aristas, tan sólo una ,haga mella en mí, inunde las grietas de una vida no
vivida y quiebre mi inmutable nada, mi baldía eternidad… espero, espero, quizás
a un ser más allá de la razón, quizás a la propia muerte…
Espero.. roca entre las rocas… y susurro… “ ¿Dónde
Estás?.“
Los párpados se apagan. La quietud, hermetismo y
seguridad de mi morada subterránea, mi refugio, me esconden de cualquier
mirada, no existo, sólo soy un latido apagado en el corazón de la misma roca.
El batir de las olas, metros bajo mi yacente presencia,
mece mi inconsciencia. El incesante ulular de las marítimas aves arremolinadas
en torno a la gran roca irreverente, o refugiadas entre los muros que nos
esconden escapando del gélido viento, me acunan hacia un reino más allá de la
realidad.
El cerrar de mis ojos, el abandono de todo pensamiento,
disuelve el mundo tangible a mi alrededor, lejos quedan los sonidos, el
habitáculo que me alberga… y caigo, caigo hacia el rugir de las aguas,
iracundas, aguas rojas, de pura sangre que me reciben exhalando su triunfo en
macabras carcajadas.
Manos invisibles arrastran un cuerpo sobre el que no
tengo control, mi cuerpo, río arriba…
No hay rastro del monarca del onírico reino, Morfeo niega
su gracia a los condenados… Bien pudiera ser en su lugar Caronte arrebatando mi
alma, y satisfecho pagaría cualquier precio para que así fuera, y en sueños, o
realidad, me condujera a la orilla más allá de la terrenal vida. Pero no, no es
Morfeo, no es Caronte… es mi propia mente, mi propia memoria y las almas que en
ella han quedado atrapadas a lo largo de mi sanguinolenta existencia.
Son ellos, mis recuerdos, mis víctimas… Mi culpa. Son
ellos quienes, esta noche, como todas las noches, me susurran, me incriminan,
ríen de mi desgracia y tratan de ahogarme en su propia sangre, hacerme sentir
su propio dolor golpeándome contra cada roca, más y más profundo… mas no hay
paz, sólo eterna tortura, no hay muerte, sólo eterno sufrimiento. Ahogado,
Golpeado, condenadamente vivo.
Sólo una figura permanece en silencio observando al
maldito, fluyendo con este río de muerte y destrucción. El lobo. Camina junto a
la orilla, observa desde cada arista mi perdición, sabiduría infinita en su
mirada… ¿Quién es? ¿Qué significa su presencia en este abismo de sinrazón?
Sé que despertaré, que la sangre que ahora me empapa no
será sino sudor cuando, escupiendo un alarido, regrese al mundo tangible… tan
seguro como sé que, una vez allí, seguiré escuchando sus risas, y su llanto.
Otra vez.
Por: Taranis Mörk & Aeryn Tywyll
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