viernes, 3 de diciembre de 2010

Hadewijch

Valoración: 6/10


    Hadewijch
    En el nombre de un Dios

    El francés Bruno Dumont está considerado como uno de los mejores exponentes del denominado New French Extremism, un movimiento de vanguardia caracterizado por la violencia de sus imágenes que incluye entre sus filas a nombres tan ilustres como François Ozon, Gaspar Noé o Alexandre Aja. Dumont ya había explorado el fenómeno del cristianismo bajo éste prisma subversivo en su opera prima -La vie de Jesús- pero ahora vuelve a hacerlo desde un punto de vista mucho más reflexivo. Lo cierto es que solo en un país como Francia en el que la religión es algo adscrito exclusivamente al ámbito privado era posible hacer una película como ésta.

    Empecemos diciendo que la protagonista de la película toma prestado su nombre de Hadewijch de Amberes, una mística del Siglo XIII con la que comparte un incuestionable fervor religioso. Obsesionada con el martirio y la penitencia, la jovencísima novicia es expulsada del convento en el que sigue su formación religiosa. De regreso a París, Hadewijch debe volver a adoptar el nombre de Céline, hija de un pudiente ministro. Los acontecimientos se precipitarán cuando conozca a Yassine, un problemático joven musulmán del extrarradio que la introducirá en el círculo religioso de su hermano mayor.

    Hadewijch trata de ser imparcial a la hora de exponer su tesis sobre las creencias personales enfrentadas a la modernidad, aunque su supuesta renuncia ideológica sirve para que los espectadores saquemos nuestras propias conclusiones. Lejos de ejemplificar un amor incondicional, la inmensa mayoría de nosotros solo vemos en Céline a una chica con serios problemas psicológicos que utiliza la religión para reclamar la atención de unos padres siempre ausentes. No deja de ser esclarecedor que ese acto de rebeldía lo protagonice la hija del representante de un Estado que abraza la laicidad como uno de sus valores fundamentales. No se queda ahí la cosa porque presa de su locura, Céline decide convertirse en mártir a toda costa.

    El film nos ahorra todo el proceso de la conversión pero deja claro que lo que la protagonista quiere es morir en el nombre de cualquier Dios que le permita llevar su devoción hasta sus últimos extremos. Dumont considera que no es necesario ahondar en esta evolución más allá del fugaz viaje a Palestina y el atentado subsiguiente, pero lo cierto es que la película se queda huérfana de lecturas. Aunque Hadewijch pasa por ser una película intelectualmente compleja su diálogo sobre el fundamentalismo religioso y revela un gran vacío de ideas. Para terminar de confundirnos, la historia se cierra con un epílogo increíblemente ambiguo, con ese Cristo de torso desnudo rescatando a la protagonista del agua. ¿Estamos regresando al pasado, al origen del pecado que lleva al camino de la expiación o solo se trata de una última visión sobre la redención de lo invisible? Habrá opiniones para todos los gustos.

    Si el trasfondo de la película resulta polémico, su puesta en escena no lo es menos. Exteriorizando un preocupante desdén por la salud del espectador, el director intenta imbuirnos en una especie de contemplación reflexiva mediante constantes planos fijos y un ritmo deliberadamente lento. Es tal la obsesión de Dumont por llegar a ese estado de trance que la película termina siendo soporífera a pesar de la grandísima interpretación de la joven actriz Julie Sokolowski. Cinematográficamente hablando Hadewijch cuenta con una cuidadísima planificación de escenas y una fotografía que insiste en el rostro de su protagonista, iluminado a ratos por un aura divina y virginal cuyo silencio solo es roto por la música sacra de Bach y André Caplet.

    Resulta imposible no calificar de fallida a ésta película que parte de la crítica ha señalado como una reversión moderna del Mouchette de Robert Breson, maestro inspirador de toda la filmografía de Dumont. De mismo modo, hay que reconocer en ella la osadía que caracteriza a los grandes cineastas, aunque en esta ocasión casi se pueda hablar de soberbia. Con Hadewijch el director de Flanders y L’humanite ha querido presentar su historia de un modo tan personal que difícilmente puede conectar con el público. No cabe duda de que esta arriesgada propuesta es un trabajo tremendamente austero y exigente con el espectador. Quizás demasiado.
Keichi

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