AERYN
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Voy a morir, lo sé
igual que sé que estos recuerdos no me pertenecen, o que este ser que me ha
abandonado en las oscuras entrañas de la tierra no es humano. Todavía no
comprendo qué ha pasado, cómo he llegado a esta situación en la que todas mis
opciones han desaparecido tras el forastero que me ha arrojado a este pozo. Sé
lo que he visto pero no puedo creerlo. Siempre he pensado que un Ser superior
espiaba nuestras vidas, controlando su creación desde la indiferencia de la
distancia y el tiempo, pero esto… esto supera todo lo que alguna vez pude
soñar. Sus alas eran blancas, de un blanco más puro que la nieve recién caída o
que la espuma del mar contra las rocas. He visto sus plumas desprenderse en la
caída, quebrarse en ángulos imposibles sus extremidades y arder, por fin, con
el fuego de mil rayos golpeando los níveos apéndices. He visto, mientras él me
sostenía en sus brazos, la agonía de un ángel que sabe que ha perdido la gracia
de su Creador; sus ojos murieron bajo las aguas, su alma se perdió en algún
momento entre el cielo y la sal, porque lo que ascendió desde las profundidades
del océano era este ser que ahora encierra toda la oscuridad del mundo en su
mirada. Desconozco el motivo de su perdición, pero las sombras le envuelven y
le poseen desde el interior mismo de su cuerpo, no de su alma, pues no queda
alma en ese cascarón de furia, de violencia y destrucción.
Sus pasos se alejan
ahora y me dejo caer vencida, rendida por fin a la certeza de que mis últimos
momentos en esta vida se desarrollarán entre estas paredes de piedra que
rezuman frío y muerte. Los sollozos sacuden mi cuerpo y los temblores son tales
que no sé si es frío o es la Parca anunciando su presencia con la gelidez de
las sombras... me encojo sobre mí misma y mis brazos aprietan mi vientre,
atacado por mil latigazos, por mil cuchilladas que me hacen gritar de dolor, un
dolor como nunca he sentido. Voy a morir... voy a morir sola, olvidada, llorada
únicamente por mi fiel Shadow, cuyos aullidos se hacen más y más audibles, como
si corriese en mi busca. Mi grito resuena en los oscuros y vacíos corredores,
desatando ecos burlones que repiten el nombre del monstruo una y otra vez
llamándole a mi presencia, y no sé bien si para maldecirle o para suplicarle
una clemencia que sé que no posee. Mi columna se comba en ángulos imposibles;
parece que cada hueso de mi cuerpo se rompiese en miles de fragmentos
astillando músculos y piel. Miro mis manos y observo, impotente, la sangre que
corre por mis palmas formando charcos sobre las losas de piedra. Recuerdo el
cuerpo de Moira y me pregunto si sería este su destino y su fin, si compartiré
con ella la muerte sangrienta y solitaria que Taranis nos impone. El dolor se
hace, al fin, tan intenso, que presiento la bendición de la inconsciencia, del
desmayo y la ausencia misericordiosas. Pero no hay paz en el sueño para mí… En
un limbo de calma indolora contemplo, como en un teatro de títeres, el baile
silencioso de figuras increíbles, de seres alados de imposible hermosura
apostados en silencio, armados como un ejército, en vastos campos de batalla
aguardando las órdenes de su líder, Taranis.
El escenario cambia y
las luchas mudan en escenas confusas, vacías de palabras pero plenas de
sentimientos encontrados… pasión, miedo, dolor, furia… y en medio de todo, en
medio de todos, Taranis una vez más.
Sé que es él, pero no
es él por completo. No como ahora, al menos… sus ojos, del color de la plata
líquida, son limpios y puros, remansos de paz que se posan, bondadosos, en los
que acuden a su presencia. Y ahora negros una vez más… en mi confusión se
mezclan las dos imágenes, las dos caras del mismo ser que es mi carcelero y
quizás mi verdugo. Me siento emerger lentamente a la vigilia y sé que el dolor
llegará de nuevo como un latigazo, condenándome a languidecer aquí abajo, sola
y a oscuras, sin respuestas ni testigos de mi final. Mis brazos arden como si
los fuegos del infiernos me consumiesen desde el mismo interior de mi huesos…
sé que es donde él me tocó, donde sus manos grandes y ásperas se posaron en mi
piel, quemando con su roce cada centímetro expuesto a su contacto. No tengo
esperanzas, no tengo fuerzas y en mi mente se asienta la absurda idea de que es
él, de que es su presencia la que me ha provocado esta agonía. De repente, y de
forma inesperada, el sonido de unas garras sobre la piedra me hace contener la
respiración. Puedo sentir el eco del trote ligero de Shadow… sé que es él. Lo
noto en mi corazón y la esperanza renace acercándose con su carrera en mi
busca. Su simple presencia al otro lado de la puerta parece bastar para
insuflarme ánimos y darme algo de la fuerza que me falta. Sus quejidos resuenan
en los corredores de piedra y por unos instantes temo que atraigan la atención
del monstruo, pero mi fiel amigo es sabio y confío en su instinto… Le oigo posar
sus patas sobre la puerta y mover con sus fuertes quijadas la traba que me
mantiene prisionera. Se lanza sobre mí, lamiendo mis heridas, acariciando con
su hocico frío y húmedo los rasguños de mi piel y el calor de la suya alivia mi
frío y mi miedo. Ya no sangro… ya no hay dolor y mis fuerzas regresan poco a
poco, como una pequeña llama que se alimenta despacio hasta convertirse en una
hoguera. Permanezco abrazada a mi lobo pensando en escapar, en enfrentarme a
él, en huir lejos de este pueblo y este lugar maldito, en buscarle en su
guarida, en la cueva que le acoge y exigir respuestas. Temo por Shadow, porque
sé que no podrá hacerle frente y salir victorioso, pero sé que, huya a donde
huya, nunca podré detenerme. No podré hacer amigos, no podré explicar por qué
no envejezco, por qué nunca enfermo o por qué los animales me buscan y rodean
como a una de ellos. Estoy cansada de esconderme, de pensar en mí misma como
una abominación, como un monstruo con apariencia de chiquilla frágil… soy
demasiado vieja, estoy demasiado cansada para seguir escapando de todos y de mí
misma. Necesito saber…
Me alzo despacio,
apoyándome en el lomo de mi fiel compañero, y podría jurar que es más grande de
lo que nunca ha sido, como si hubiese crecido de la noche a la mañana para ser,
una vez más, mi refugio y mi sostén. Salgo de la celda y, a la escasa luz que
se filtra por la abertura del pozo, puedo vislumbrar un laberinto de cuevas,
pasillos de piedra oscura y húmeda que se abren en abanico a mil destinos
ignotos y temibles. Descalza, aterida y con mi ropa hecha jirones, dejo que mis
pasos me guíen, siguiendo mi instinto. Sé dónde encontrarle; puedo sentirle,
presentir su aura, de alguna manera inexplicable. Si quisiera matarme podría
haberlo hecho en lugar de encerrarme. Sé que su nombre en mis labios ha abierto
una puerta que ninguno de los dos quiere ver cerrada. Necesito saber por qué
aparece en mis sueños, por qué su dolor rasga mis entrañas y sus recuerdos se
agolpan en mi mente hablándome de cielos que no he conocido, de seres cuya
existencia jamás soñé. Y necesito saber si, en algún lugar profundo y oscuro de
su pecho, queda algún resquicio de aquel ser de ojos de plata, de aquel militar
feroz, de aquel ángel bondadoso cuya mirada se posaba en miles de almas con el amor
de un padre.
Camino lentamente,
pisando charcos e hiriéndome las plantas mientras me abro paso a través de los
túneles. Una mano apoyada en la pared para no perderme en la oscuridad y la
otra apoyada en Shadow, que camina, renuente, a mi lado. Sé que estoy cerca…
una energía extraña crepita en el aire viciado del corredor, y puedo ver frente
a mí la tenue luz parpadeante de una vela. No se sorprende al verme; supongo
que me esperaba y, en realidad, no represento para él la más mínima amenaza. Un
sillón destartalado, una mesa decrépita con una simple vela sobre ella, una
chimenea apagada, libros, cientos, miles de libros desperdigados por toda la
estancia y, en el centro, impávido, feroz, inmenso y oscuro como una tormenta,
el ángel de la muerte con sus alas extendidas, contemplándome en silencio como
si yo fuese un enigma al que no encuentra solución.
- Por qué sueño contigo
y qué quieres de mí? Quién eres, Taranis? O quién fuiste una vez?
TARANIS
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Varias han sido las
lunas que han bañado con sus lágrimas de plata, filtradas por las grietas de
esta caverna infinita, noches eternas desde que ella yace en cautiverio en mi
morada. Incontables los pasos que a la deriva han dado mis pies desnudos frente
a la puerta que me esconde de su presencia. Escuchando su silencio, su dolor,
su sufrimiento, su descenso en una espiral de delirio alejándose más y más de
la cordura, más y más de la vida, cayendo en una intermitente inconsciencia
cada vez más próxima al sueño eterno de la fría muerte.
Grande ha sido la
tentación de observar su envilecida belleza a través del mínimo orificio que
comunica el interior de la mazmorra con el corredor oscuro, una abertura de
acero barrada, ventana a la decrepitud de aquellos que privados de la libertad,
abrazan la desesperanza y la muerte. Sólo sabiéndola más allá de la frontera
del sueño más profundo me he permitido reposar mi depredadora mirada sobre sus
facciones. E incluso ese simple gesto en la distancia parecía agravar su dolor,
hacer de su viaje onírico pesadillas, de su gesto abandonado mueca y máscara de
trágica pantomima…
Mi mera presencia, mi
misma cercanía, ángel de la destrucción, parece atraer a la muerte misma a su
lado. Traslúcida presencia que, con guadaña invisible, orada su piel, hace de
sus heridas inagotable fuente de sangre escarlata que he visto, noche tras
noche, brotar incluso de la comisura de unos labios y párpados ya pálidos y
cenicientos, gotas de vida que, desafiando toda lógica y gravedad, reptan por
el gélido suelo empedrado, hacia mí, delatoras de mi presencia…
La razón de mi
acercamiento, de no optar simplemente por dejarla morir en soledad y oscuridad
entre unos muros esculpidos para el olvido, donde nadie podría escuchar sus
gritos, reside en una curiosidad que quiebra mi centenario hastío… Desde que su
voz dio forma al nombre que adopté como ser terrenal, no han dejado de brotar
de ellos, a cada ocasión en que el trance de la inconsciencia tomaba posesión
de su ser, misterios, secretos de imposible conocimiento para una criatura como
la frágil cautiva. Reconozco en sus palabras entrecortadas, meramente
balbuceadas, imágenes, rostros, recuerdos… Dibujan sus frases inconexas mi
ayer, a aquel que fui antes de ser condenado, exiliado, proscrito. Atesora su
mente por una razón que escapa a mi imaginación nítidos recuerdos, los mismos
que para yo mismo recuperar, hube de luchar siglos, matar a los designados por
la deidad firmante de mi sentencia… y no lo comprendo, no lo entiendo…
¿Una cruel broma del
destino?¿Un epígrafe más, una clausula hasta ahora oculta que trae la tortura
del recuerdo de lo perdido al interior mismo de mi morada, a mis oídos, a mi
atormentada y quebrada mente y perdida esperanza? ¿O acaso un milagro?...
Sonrío, envenenado de
sarcasmo… ¿Un milagro? Sé de primera mano en qué consisten, cómo y para qué
nacen, y total seguridad tengo que no me será destinado en modo alguno, sólo
condena, eterna condena. Demasiadas veces, demasiados siglos, demasiadas noches
eternas oré, traté de preservar la gema de la esperanza, la fe en un quizás…
que demasiado dolor, demasiada sangre, muerte, vacío y soledad, mató hace mucho
tiempo ya.
Pero no, no seré yo
quien en este macabro juego ponga fin a su sufrimiento, no serán mis manos
ensangrentadas quienes bailarán sobre su piel arrancando la esencia de su vida
y el alma de su frágil carcasa. No, habiendo sido testigo de los misterios
emponzoñados que parece ocultar, no, mi dolor no será embalsamado con el tóxico
elixir de su existencia robada.
Tomada una decisión y
caminando ya hacia lo más profundo de mi retiro de roca, dejo que una susurrada
orden mental permita que la olvidada puerta que comunica los corredores con el
exterior se abra a las voces de la oscuridad, a las fieras que son eco de los
gemidos de la dama herida desde su encierro, que aúllan sobre las rocas y
gritan su desgracia, sus acompañantes, mis hijos, los hijos de la noche eterna,
los lobos. Ellos tomarán su carne, su angre, ellos tomarán su vida, alejarán de
mí su perturbadora presencia y me devolverán la paz del olvido, de la absoluta
nada.
Aposentado en el rincón
más oscuro del habitáculo más recóndito y oculto en el corazón de la tierra,
rodeado de los susurros de incontables volúmenes que he ido adoptando en mi
impía biblioteca me deleito en la contemplación del seductor baile de la llama
de una vela, única compañera y testigo del cierre de un extraño capítulo más de
mi existencia. En silencio, escuchamos.
Sé que el perímetro de
mi fortaleza ha sido violado, escucho ágiles patas correr sobre las rocas,
distingo ceder la madera de la puerta de la mazmorra frente al ansia
depredadora. ¿Serán mis lobos, sangrientos compañeros de caza, o acaso su
eterno lupino compañero de ojos sabios, que en su infinita lealtad trae el
honor de acabar con su sufrimiento en un último acto de piedad?.Ni siquiera
importa, sólo quiero que regrese el silencio…
Pero nunca llega… y por
alguna extraña razón, tampoco en su ausencia está mi sorpresa. No tardan en
escucharse unos pasos vacilantes, y no ya el ágil y elegante paso del lobo,
sino el trastabillar de un inseguro caminar propio sólo de unos pies humanos,
inexplicable y nuevamente vivos. Se despliegan mis alas, oscureciendo aún más
la estancia, y en mi rostro una sonrisa entre la ironía y el desdén en el
instante mismo en que su figura, acompañada una vez más por su guardián y ahora
sostén de su precario equilibrio, se dibuja en el umbral.
Alza su rostro. Alza su
voz. Me desafía.
TARANIS
& AERYN
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El rostro del ángel
giró lentamente hacia su inesperada visita. Su expresión gélida, inhumana,
máscara de cera impasible sólo rota por una ladeada, leve e inerte sonrisa.
Detenida su andadura al
hallarse frente a la presencia de Taranis, Aeryn, a cada instante escoltada y
aferrada al lobo, apostado en defensiva posición, imprecaba a su captor. Firme.
Desafiante. Valiente.
Sin emitir sonido
alguno, más que el suave crepitar del oscuro plumaje de sus inmensas alas, el
ángel se levantó de la desvencijada butaca y se alzó en toda su magnificencia,
pareciendo, a cada gesto, menos humano, más oscuro, letal, esencia de noche y
peligro. Sin alterar de forma alguna su expresión avanzó hacia la dama de
alzado mentón y advertencia en la mirada. Sus pies desnudos sin tocar el suelo,
a un palmo sobre él, elevado y mantenido por el ondear de sus aladas
extremidades, suave oleaje que le alzaban más aún sobre ella, amenazante,
terrible.
Poco más de un metro
separaba sus rostros, analizándose, estudiándose, en silencio, absoluto
silencio, en la nueva prisión forjada por las magnificentes alas negras
rodeándolos, encerrándolos en un círculo de tinieblas.
Shadow, acoplado su
lomo al muslo de su protegida alzaba en gesto imposible su poderosa cabeza
hacia la presencia suspendida del ángel, retraía sus fauces regalando la visión
de sus poderosas mandíbulas, destello de luz en las tinieblas de un pozo sin
fondo donde sólo los rostros del lobo, el ángel y la dama parecían existir
flotando en la nada.
En la violenta quietud
del momento Aeryn repitió sus palabras, segura, calmada, hablando al ser de
mármol ante ella, a su propio reflejo en unos ojos negros, donde un océano de
líquidas y absolutas sombras prometían el olvido…eterno.
Los segundos que
siguieron a su pregunta reformulada se plagaron de tenso silencio mientras los
labios de Taranis fueron despegándose, como una maquinaria largo tiempo
olvidada y en desuso, para dar forma a las palabras que serían su respuesta.
Incluso el quedo gruñir de Shadow se detuvo presto a escuchar la voz olvidada
del condenado.
- ¿Tú osas inquirir
sobre mí? ¿Tú que eres repudiada, exiliada por jugar con fuerzas más allá de lo
natural? ¿Tú que te has atrevido a pronunciar mi nombre cuando todos ya lo han
olvidado? ¿Tú que en la condena de muerte de mi presencia vives? ¿Tú que
dominas las bestias y bebes de su fuerza? ¿Tú que en la inconsciencia relatas
una vida no vivida, mi propia vida?– el sonido de las palabras, pronunciadas
pausadamente, resonaron en cada rincón de las cavernas, potentes, poderosas,
atronadoras… mas sus labios y su rostro apenas parecían moverse haciendo
incluso dudar a Aeryn sobre si realmente eran sus oídos o lo más profundo de su
mente quien las percibía – No eres digna de efectuar la pregunta, dama de los
bosques, sino guardiana de las respuestas, tú que has invadido mi castillo y la
fortaleza de mis recuerdos… ¿Quién eres? ¿Qué eres?
La mandíbula de Taranis
lentamente regresó a su hermetismo, sus labios se sellaron de nuevo, y regresó
el manto de absoluto silencio. Sólo sus ojos, agitados ahora y el suave zumbar
de un plumaje inquieto, susurraban la amenaza, exigían la respuesta.
En aquel cuarto de
piedra, a la débil luz de una vela mortecina, un escalofrío de terror sacudió
todo el cuerpo de Aeryn, mientras una voz que parecía provenir de todas partes
y de ninguna, de las mismas paredes, del suelo de tierra, del techo excavado en
la roca, salía de la boca de aquel ser oscuro. Escucharla enviaba vibraciones a
su pecho, como si cada molécula de su cuerpo fuese una caja de resonancia para
las gélidas y cortantes palabras. La voz, ronca y profunda como si saliese del
mismo infierno, parecía rasgar el aire más que llenarlo e invadir los oídos de
la joven como una presencia viva que paralizaba sus miembros y apresaba su
garganta impidiéndole moverse o incluso responder a sus preguntas.
- Soy la maldita, tú lo
has dicho. Y esa es la única respuesta que poseo.
Apretó sus manos en dos
puños, clavándose las uñas en las palmas; en este ser no había misericordia y,
si alguna vez poseyó ese conocimiento, había olvidado hacía eones qué
significaba el sentir algo… pero Aeryn recordaba vívidamente la sensación de
amar y ser amada, de importarle a alguien y compartir todo como dos hermanas.
- No tengo las
respuestas que afirmas que guardo, Demonio. Ni siquiera puedo comprender qué
son o qué significan estas imágenes que invaden mi mente, pero sí sé que tú
sales en todas ellas, que te pertenecen y, de algún modo, las has volcado en
mis recuerdos.
Su cuerpo menudo
parecía empequeñecerse aún más en presencia del alado. De haberle conocido en
otras circunstancias, si él fuese un humano más, ella le habría clasificado en
la casta de los guerreros. De enorme estatura y de musculatura marcada, cada centímetro
de su piel dorada le recordaba a una coraza antigua, llena de cicatrices y
remendada mil veces, pero resistente como el tiempo. Las alas, negras como las
de los cuervos que sobrevolaban el castillo, ondeaban suavemente manteniéndole
suspendido a unos centímetros del suelo, lo que hacía que su diferencia de
estatura fuese aún más evidente; estaba cerca… demasiado cerca, y ella sintió
que no podía respirar. Intentó retroceder un paso, pero algo se lo impedía, y
supo que era demasiado tarde para arrepentirse de su osadía. Había acudido allí
en busca de respuestas, y parecía que no las habría, al menos no todas las que
necesitaba. Pero había algo que sí podía saber, algo que necesitaba saber para
calmar su espíritu atormentado.
- Eres el ángel de la Muerte,
no es así?
El silencio se prolongó
en la estancia como si su voz no hubiese sonado en voz alta.
- Dime que no sufrió…
dime que terminaste con su agonía y que no murió sola, asustada y padeciendo un
dolor innecesario.
De todos los sucesos de
su vida, de todo lo que había experimentado, ese era su único remordimiento…
pensar que Moira, la única persona que la había amado y a la que ella había
querido como a una hermana, había dejado este mundo pensando que Aeryn le había
fallado. No lloró, no suplicó. Su mano apretó su agarre sobre el lomo de
Shadow, que gruñía ominosamente cada vez que las alas se acercaban demasiado.
El ángel podía notar el temor en su voz, el temblor en cada fibra de su cuerpo,
pero mantuvo sus ojos fijos en los pozos oscuros que la miraban a su vez sin
asomo alguno de compasión hasta que sintió que esa mirada quemaba como una
llama. Sus pupilas se clavaron en el suelo, dócil ahora, cansada, sin ganas de
seguir luchando al comprender que ni siquiera ese ser sobrenatural le ofrecía
la verdad de sus orígenes.
- Sé que tenía que
morir… todos hemos de hacerlo algún día, aunque la Parca me eluda maldiciéndome
a vivir una juventud perpetua. No sé si es tu misión llevarte las almas o si
eres el verdugo del final del camino, Taranis, y no me importa lo que hagas
conmigo. Sólo te pido que me asegures que su muerte fue misericordiosa y que me
concedas la misma gracia- su rostro se alzó de nuevo hacia el de su captor- haz
tu trabajo, reaper, termina lo que empezaste con Moira y llévame con ella.
- La muerte sólo es
muerte –resonó de nuevo la angelical voz en lo más profundo sin inmutar su
expresión- y la paz o condena no se encuentran atadas a ella, sino a la vida
que queda atrás, nada tiene que ver el verdugo
De nuevo el silencio,
la inmutabilidad en el rostro de mármol del inmortal alzado en calmo vuelo.
Pero la atenta y valiente mirada de Aeryn supo captar la diferencia, pudo
observar transmutarse su propio reflejo en las negras pupilas del condenado. En
ellas vio envejecer su rostro, palidecer su cabello, cambiar sus facciones
hasta no ser ya la eterna joven, sino la anciana por quien su inquietud
palpitaba, Moira.
Aquellos espejos de
muerte negra, los ojos del ángel, le mostraron los últimos instantes de vida de
su bien amada amiga, su asesinato silencioso, su abandono del plano de
existencia sin perder la paz en su sabia mirada ni aún cuando lágrimas de
sangre teñían su rostro bajo el toque de la parca alada. Sin dolor, sin
violencia, sólo silencio, el silencio de la vida abandonando la cáscara de un
ser marchito para habitar en el inmortal templo angélico del cuerpo de su
captor.
La imagen se disipó de
igual forma, difuminando los rasgos de Moira hasta trazar de nuevo el rostro de
una Aeryn descompuesta por la emoción.
- Ya tienes tus
respuestas –bramó, solemne, el ángel- y ahora tendré yo las mías. Dices no
saber el por qué de tus visiones, de mi presencia en ellas… No envejeces, no
sucumbes al tormento de la enfermedad mientras tu lupino acompañante esté a tu
lado. Ostentas demasiados misterios para que te permita vivir, desconoces pero
atesoras demasiados conocimientos como para regalarte la muerte…
Tras unos instantes de
silencio y reflexión, el ángel, elevado su rostro pétreo sobre el de la joven,
expuso su solución, su condena, al tiempo que alzando su férreo brazo,
señalaba, invitador, el pasillo ante ellos…
- Viviréis lo que os
reste de existencia y hasta que la muerte os reclame entre estos muros. Tú,
dama del bosque, y tu fiel amigo… Las puertas de mi castillo están para siempre
cerradas para vosotros. Os guiaré a vuestros nuevos aposentos.
La luz a espaldas del
ángel se hizo más y más tenue, a medida que invisibles antorchas, allá en el
corredor al que Taranis les dirigía, iban alumbrando el camino a su nueva vida,
su nueva mazmorra. Caminaban, despacio, orientados por el sobrenatural y fatuo
fuego que nacía ante ellos revelando nuevos y húmedos rincones del castillo y
perdiendo en la oscuridad del olvido aquello que dejaban a sus espaldas. Y
sobre ellos, sin aún depositar sus pies desnudos sobre el suelo, Taranis, el
ángel de la noche.
Apenas un parpadeo, un
susurro, y a voluntad de la parca alada un gran portón macizo surgido de las
rotas tinieblas frente a sus ojos bostezó abriéndose, revelando la entrada a
una estancia que nada tenía que ver con la que hasta ahora había mantenido cautiva
a Aeryn.
La figura alada sobre
ellos extendió de nuevo su poderoso brazo instándolos a traspasar el umbral a
medida que, sin apenas parecer moverse, iba desapareciendo en las sombras del
corredor, devorado por ellas, fundido en ellas, sombra misma. Y su voz, por
última vez, selló la despedida, la condena
- Bienvenidos al
olvido, al fin de la existencia, al corazón de las tinieblas donde la vida sólo
será muerte hasta que todos los misterios sean esclarecidos. Os espero en el
gran comedor para la cena…
Por: Taranis Mörk & Aeryn Tywyll
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