Valoración: 4/10
10 to 11
No sin mis trastos
Después de haber sido galardonada en su país de origen con el Premio Especial del Jurado del Festival de Estambul, uno esperaba grandes cosas de la nueva película de la directora Pelim Esmer, un relato a priori dramático sobre un anciano aquejado de un extraño síndrome de Diógenes que colecciona los más diversos cachivaches. Con todas las miradas puestas en ella en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián no se puede hablar más que de decepción tras dormir una película que puede resumirse en su totalidad con la siguiente sinopsis.
El bloque de apartamentos en que vive Mithat Bey amenaza con derrumbarse a causa de los seísmos. Por si eso fuera poco, el polvo que acumula su colección de trastos -desde periódicos antiguos hasta grabaciones etiquetadas- va cercando su alergia, pero a pesar de las insistencias de los vecinos y los servicios del ayuntamiento Mihat se niega a deshacerse de sus más preciadas posesiones. A medida que el edificio se vacía, el anciano recabará la ayuda del portero, que sueña con una vida mejor más allá de las paredes de su modesta residencia temporal. ¿Se puede hacer una película de casi dos horas de duración narrando exclusivamente esta situación? Evidentemente, no.
Éste largometraje tiene todos los elementos necesarios para ahondar en la emoción de sus personajes pero inexplicablemente se dedica a plantearnos la misma situación una y otra vez. Sin apenas diálogos resulta imposible que el espectador llegue a comprenderlos o acaso encariñarse de alguno de ellos. Al igual que ambos protagonistas no terminan de invadirse emocionalmente entre ellos, las apariciones del resto de vecinos o de los familiares de Mithat son casi anecdóticas. Aunque la relación entre el propietario intransigente y su joven sirviente es constante, uno no termina de entender del todo esa especie de disculpa tardía de Ali ante Mithat depositando el último tomo de la enciclopedia que le faltaba para llegar a ese número doce después de haberse deshecho de los anteriores.
La cámara prefiere recorrer una y otra vez el laberíntico apartamento de Mithat en vez de recrearse en las orillas del Bósforo o la espectacularidad de los paisajes de Estambul, una decisión equivocada porque en los pocos momentos en los que lo hace consigue planos de una singular belleza como el del anciano sentado en un banco frente al mar cubierto de nubes. En el plano interpretativo destaca la labor no profesional de Mithat Esmer como el octogenario homónimo, aunque en el fondo no haga sino hacer de si mismo, repitiendo así el esquema del primer documental de la directora que también protagonizaba. También hace una buena labor Nejat Işler -éste ya reconocido como uno de los actores más vistosos del panorama otomano- aunque la película tampoco lo explote demasiado.
10 to 11 es en definitiva una alegoría un tanto descafeinada sobre las sociedades actuales, ancladas en un materialismo absurdo y en ocasiones desafiantemente peligroso. No hay nada más que polvo detrás de esa casa atestada de trastos sin valor que promete derrumbarse si alguien no la desaloja. Pero, a pesar de todo, hay también cierto orgullo en esos objetos y ese anciano chapado a la antigua con su sombrero y su maletín que se niega a aceptar los artilugios propios de la modernidad. Es la propia renovación de Estambul la que está representada en la película. No es de extrañar que antes de dedicarse a esto del cine la directora se licenciara en sociología. Con todo, estas lecturas no justifican para nada la pasividad de la película.
El último film de Pelim Esmer empaña la brillante carrera de una documentalista que parece no haber sabido asimilar correctamente el complicado salto al terreno de la ficción. Está claro que después del éxito de La caja de Pandora -un film que, lejos de ser perfecto, si que era una muestra muy interesante del cine hecho en Turquía- los responsables del Zinemaldi han querido apostar de nuevo por una historia social con anciano y dirección femenina, pero en éste caso las expectativas están muy lejos de lo esperado. Terriblemente insulsa y vacía. El cine turco es capaz de mucho más que esto.
Keichi
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