Antes de sus afamados dramas sociales (Canoa, El Apando, Las Poquianchis), el veterano realizador mejicano Felipe Cazals se estrenó en el mundo del largometraje con una película sobre Emiliano Zapata. Cuarenta años después, Cazals vuelve la vista a otro de los ideólogos de la Revolución Mexicana. Corre el año 1916. Francisco Villa se recupera de sus heridas en las montañas, oculto del ejército norteamericano y las tropas de Carranza. Chicogrande, uno de sus hombres más leales, debe partir en busca de ayuda. En el otro bando, el mayor Butch Fenton no escatima en sangre para localizarlo. Pero lejos de reivindicar el mito de un Pancho Villa que casi brilla por su ausencia, las intenciones del film son otras bien distintas.
Chicogrande discurre entre el mundo del western crepuscular y la sobria recreación histórica. Hay un cierto poso de épica en la película, sus diálogos o esa querencia por los paisajes silenciosos que captura la fotografía de Damian Garcia. Pero al igual que esos parajes, el film es tremendamente árido. E indeciso. La descontextualización del western, geográfica y temporalmente pero sobre todo en su concepción aventurera, viene siendo una constante del género. Mucho ha dado que hablar la condición residual que de cine del Oeste tienen o no este tipo de películas. Aquí no se entiende que Cazals no se decida en su desarrollo plano y lento por uno u otro extremo.
Pero la queja más contundente que puede plateársele a Chicogrande es lo desfasadísimo de su lectura política. Una guerra entronca perfectamente con los ecos estéticos al western que el film pretende evocar. Hay unos buenos y unos malos tremendamente maniqueos entre los que incluso la presencia redentora del médico norteamericano chirría, pero la venganza en tierra extranjera termina remitiendo al 11-S, Irak o Afganistán, del revisionismo al más puro panfleto antiyanqui. El mejor ejemplo de esto es el personaje de Fenton con la cabeza a medio rapar y las prostitutas enanas En su afán por ridiculizar al enemigo, la película cae en el más absoluto de los bochornos.
No obstante, el film tiene una de sus mejores bazas en el reparto. La interpretación de pocas palabras de Damián Alcazar como Chicogrande contrasta con la de su antagonista americano. Daniel Martínez se ve abocado a convertirse en una caricatura insalvable y ridícula, pero durante gran parte del metraje consigue dar vida a un personaje aterrador, cambiando de nacionalidad e idioma. Dos excelentes trabajos a los que se suman los de algunos secundarios de lujo como el sobrio y también bilingüe Juan Manuel Bernal, Jorge Zárate o Patricia Reyes Spíndola.
Por momentos Chicogrande parece ofrecer una visión desacralizada y aséptica del villismo, una brutal contienda de odios en un contexto de miseria y muerte más que la romántica algarabía popular que siempre se ha revindicado. También se acerca al extremo opuesto, pero en vez de hablarnos de ideales y cantar a la historia de su patria o al pasado de sus héroes anónimos, Cazals ha querido mantener un ojo puesto en el presente. Muy probablemente esta película tenga una dimensión diferente para el pueblo mejicano, pero al resto del mundo no se le escapa que Pancho Villa nunca estuvo en Guantánamo.
- Keichi -
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