Dos policías, penalizados por sus problemáticas carreras,
se ven destinados a un pueblo olvidado y perdido en las sureñas marismas, donde
habrán de investigar la misteriosa desaparición de dos adolescentes. El recelo
en el área rural con sus habitantes plenos de secretos y un terreno que en nada
facilita el trabajo, pondrán a prueba el ingenio, resistencia y cordura de los
dos protagonistas.
Alberto Rodríguez (Grupo 7) firma la dirección de una de
las más cuidadas y redondas películas de producción española del año, realizando
un turbio thriller de primera.
Este éxito se asienta sobre varios puntos fuertes, siendo
uno de los más llamativos el trabajo de fotografía de Alex Catalán, que, con
sus planos aéreos y un hermoso juego de luces, deslumbra al espectador.
Consigue que el paisaje sea un envoltorio de lujo para la historia, un
personaje, aliado y enemigo, más en el relato. Tal virtuosismo le permitió alzarse
con el galardón a la mejor fotografía en la 62 Edición del Festival
Internacional de Cine de San Sebastián en un año donde la calidad de los
competidores en esta categoría era máxima.
El mismo certamen premió el trabajo interpretativo de uno
de los protagonistas, Javier Gutiérrez , que bien podría haber sido, a mi
entender, un galardón ex aequo junto a su compañero Raúl Arévalo, reconociendo así
la calidad de la creación de unos carismáticos personajes plenos de claroscuros.
Junto a ellos, todo el elenco de secundarios, habitantes de las marismas, me
parece igualmente brillante y que supera con creces la calidad de trabajo
necesaria para la verosimilitud de lo narrado en un más que notable guión del
mismo Alberto Rodríguez y Rafael Cobos.
En conclusión, una película digna de visionado y
alabanza, que destaca en lo técnico, brilla en lo interpretativo y consigue
atrapar y entretener de principio a fin. Una producción nacional de alto nivel,
grata sorpresa, digna de recomendación.
Enoch
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