"Un Mal Encuentro", un relato enviado por NOSFERATU:
El caballero galopaba raudo por la verde campiña, sin mirar atrás: en su interior no dejaba de darle vueltas a los últimos acontecimientos. El rostro lívido de Don Ricardo se le aparecía una y otra vez, mirándolo acusadoramente, mientras trataba de formar con su postrer aliento la palabra “asesino”.
Trató de concentrarse, en un último esfuerzo, en el camino que le aguardaba, pero inútilmente. Las imágenes eran cada vez más nítidas. En algunas aparecía él, con su espada en la mano manchada de sangre, mientras Don Ricardo agonizaba a sus pies. En otras era Rosa, la más bella mujer de Madrid, que lo miraba con terror, mientras contemplaba angustiada como su marido se desangraba.
De cualquier manera, ya no había solución. A lo hecho pecho, como acostumbraba a decir su padre. Ya nunca volvería a ver a su amada Rosa, ni podría pisar de nuevo el suelo de su tierra natal. Ahora era un fugitivo de la justicia. Un asesino, que había matado traicioneramente a uno de sus mejores amigos, a su protector, en aras de un amor que nunca sería. Quizá algún día pagaría con su vida un crimen tan espantoso, pero de momento huía, trataba de alejarse lo más rápidamente posible del escenario de su pecado.
De pronto, como si el tiempo sintonizase con sus revueltos pensamientos, se desató una tormenta. El agua comenzó a caer furiosa sobre el caballero, que agradeció la súbita frescura que apaciguaba temporalmente su fiebre. Sin embargo, por lo visto, su montura no pensaba igual pues, desobedeciendo a su amo, se salió del camino internándose en un bosquecillo cercano. El caballero trató inútilmente de recuperar el dominio, pero el animal parecía haberse vuelto loco. Por más fuerza que imprimiera a las riendas, de momento éste se había propuesto a hacer su voluntad. Después de un rato de lucha entre ambos, el caballo se detuvo. Su amo, agotado, aprovechó para desmontar precipitadamente.
-¿Pero qué te pasa a ti ahora?- le gritó- parece que no hubieras visto nunca una tormenta. Pero si ni tan siquiera ha tronado, maldita bestia.
Como de momento no se fiaba de su montura, tras sujetarlo firmemente de las riendas, comenzó a caminar por el bosque, tratando de buscar una salida. Éste, que al principio le había parecido un pequeño grupillo de árboles, parecía ahora mucho mayor. Más grande, más oscuro, y más salvaje. Momentáneamente olvidada su tragedia, se concentró ahora en orientarse en el extraño lugar al que su caballo le había conducido.
-Mira a dónde nos ha llevado tu locura maldito animal. Perdidos en un bosque del que ni siquiera tenía conocimiento de que existiera, mientras los esbirros del rey se acercan más y más. Quizá ya no lleguemos a tiempo al Puerto de Cádiz, antes de que se cierre por orden real- de ésta forma iba maldiciendo el caballero, mientras a su alrededor, la oscuridad de la noche se adueñaba de todo.
El silencio se hizo espeso y una fría neblina comenzó a formarse, dando un aspecto aún más siniestro al bosque. El corcel, que parecía haberse contagiado de la tristeza que impregnaba el ambiente comenzó a aminorar su paso, obligando al caballero a hacer uso de todas sus fuerzas para mantener la marcha.
-¡Maldito seas una y mil veces!-juraba éste mientras tiraba de las riendas. Su ansiedad se transformaba en miedo a su pesar y sus ansias por salir de allí a toda costa lo obcecaban de tal forma que Don Ricardo y Rosa estaban cada vez más lejos de su pensamiento.
-Hay demasiado silencio aquí- murmuró. Un eco extraño repitió sus palabras, transformándolas, dándoles significados nuevos y sobrecogedores- demasiado silencio –repitió- y sin embargo no estamos solos, ¿Lo notas verdad?- balbució, dirigiéndose al animal.
De repente, como si alguien hubiera estado esperando a oír esas palabras, una carcajada sonó a escasos metros.
-¿Quién está ahí? ¿Quién se ríe?- gritó el caballero cuyos nervios se encontraban ya al límite.
De nuevo el silencio.
La pobre bestia comenzó a tironear las riendas de forma salvaje, tratando de escapar de la presa de su dueño. Su cuerpo, tembloroso, se agitaba bajo violentos espasmos, cubriéndose de un espeso sudor frío.
De nuevo una risa exagerada, seguida en este caso de un llanto.
El contacto de una mano muerta sobre su hombro.
El caballero giró sobre sí mismo aterrado.
Nada.
-¡Oh Dios mío, me estoy volviendo loco!- exclamó –este bosque maldito...
En ese momento, el caballo, aprovechando que su dueño había aflojado la presa sobre las riendas, dio un fuerte tirón, consiguiendo soltarse con facilidad.
-¡NOO!- gritó el hombre, tratando inútilmente de sujetar a su montura. El animal huyó a través del bosque, como alma que lleva el diablo. El silencio de nuevo se adueñó del bosque.
Durante un tiempo, que al caballero se le antojó una eternidad, vagó tratando de encontrar una salida, pero la niebla era ahora tan espesa y la oscuridad tan profunda, que con suma dificultad veía sus propias manos con las que intentaba apartar las ramas de su cara. Los árboles, allí, parecían adoptar formas extrañas, confusas, (“vivos, parecen estar vivos...”, se decía a sí mismo).
En una ocasión, quedó enganchado a una rama. Con violencia, trató de desasirse, pero ésta había quedado al parecer tan fuertemente sujeta al extremo de su manga que le resultaba imposible. El miedo llegó a tal extremo, que comenzó a gritar, aterrorizado. Un último tirón desesperado lo arrojó contra el suelo, con parte de su traje hecho jirones. Entonces, mientras trataba de levantarse, lo vio. Estaba de espaldas a él, y a pesar de su espantoso grito, parecía no percatarse de su presencia. Mientras se reincorporaba, el espantado caballero observó como un hombre alto, delgado y envuelto en una amplia capa se daba la vuelta. Su rostro se encontraba medio oculto por una capucha similar a la usada por los frailes, pero permitía adivinar unos ojos brillantes y crueles. Después de mirarlo por un instante larguísimo le dirigió finalmente la palabra:
-Parece usted perdido, amigo- le dijo con una voz espantosa, hueca.
-A Dios gracias encuentro a alguien en este maldito bosque- contestó el caballero, contento en el fondo de encontrar a un ser vivo -¿Podría su merced ayudarme a salir de aquí, o cuanto menos indicarme dónde podría encontrar alojamiento por esta noche?
-Creo que lo va a tener difícil-contestó el extraño personaje- suelo frecuentar bastante estos lugares y desconozco la existencia de alguna posada, casa o granja cerca, pero…-añadió sonriendo- podría quedarse conmigo y pasar la noche juntos, ya que acostumbro a pernoctar al aire libre.
El caballero, a quien no le gustaba nada el aspecto del individuo trató de buscar en balde una excusa que le evitara tener que dormir en semejante compañía –“bueno, al fin y al cabo sólo será esta noche. Además este hombre parece conocer bien estos contornos y mañana me será de ayuda para ponerme de nuevo en camino”- pensó.
-Por supuesto señor, y agradecido- contestó tras un segundo de vacilación- perdone mis modales, aún no me he presentado, me llamo…Enrique de Ulloa.
A pesar del momento de duda al pronunciar su nombre (el necesario para inventar uno convincente), su nuevo compañero no parecía haberse percatado de nada, y tras sonreír de nuevo, continuó con el ritual de las presentaciones:
-Es un honor señor. Por mi parte le diré que soy un pobre viajero sin hogar fijo. Mi padre, al que hace tiempo que no veo, me puso por nombre Pedro sin más. Sin embargo la gente de estos lugares me suele llamar el Extranjero, a pesar de que habito estas tierras antes incluso que la mayoría de ellos. Pero ya sabe como son la gente de campo, no terminan de acostumbrarse a la gente nueva…- explicó el solitario individuo.
Una vez presentado, Pedro indicó al caballero un lugar donde poder sentarse con relativa comodidad, mientras él trataba de encender una pequeña fogata. En unos pocos minutos, un acogedor fuego, brillaba entre ambos, disipando las tinieblas que se extendían por el umbrío bosque.
-¿Y a qué se dedica usted, D. Enrique, si no es indiscreción?- preguntó el Extranjero.
-Poseo mis propias tierras en una comarca gallega, las cuales me proporcionan lo suficiente para vivir desahogadamente- mintió el caballero, que en realidad era militar de profesión -¿Y usted, tiene alguna ocupación en particular, además de atravesar bosques solitarios?
-Je, je, je... Precisamente mis ocupaciones son las que me llevan a atravesar estos lugares tan inhóspitos, señor- se apresuró a contestar Pedro.- En realidad soy leñador. Selecciono los árboles podridos, buenos para hacer leña y los corto sin pensármelo un instante. De esta manera el fuego de la chimenea siempre arde manteniendo caliente el hogar todo el año.
-¿Incluso en verano?- inquirió extrañado el caballero.
-Incluso. En verano más aún. Se sorprendería usted del frío que suele hacer en mi tierra por esas fechas- repuso enigmáticamente.
El caballero no se atrevió a preguntar más y, durante unos minutos, el silencio se hizo entre los dos. El extraño compañero de acampada pareció entonces sumirse en un profundo sueño, circunstancia que aprovechó el intrigado militar para observarlo más atentamente.
-¡Pardiez! Vaya suerte la mía –se decía- perdido en este maldito bosque y durmiendo junto a un maniático con la cara tapada y que tiene todas las trazas de ser un rufián, o peor, un asesino…
En ese momento su mirada llegó a las piernas de su compañero lo que le provocó un nuevo sobresalto: éste se había quitado sus largas botas negras dejando al descubierto unas monstruosas extremidades cubiertas totalmente de grueso pelaje. Pero lo peor, lo que realmente aterrorizó al caballero, obligándole a ahogar un grito de espanto fueron sus pies, o mejor dicho, la carencia de ellos.
-“¡Oh Dios!¡Dios mío, ayúdame!”-balbuceó- “son pezuñas, este…lo que sea, no tiene pies, sino pezuñas…
El extraño ser, medio hombre, medio cabra dormía plácidamente sin percatarse del horror y la repulsión que provocaba en su nuevo compañero. Éste, una vez se hubo recuperado parcialmente del estupor en que su descubrimiento lo había sumido, comenzó a pensar en cómo salir vivo de allí.
-“No creo que sea su intención acabar conmigo, no al menos esta noche”- cavilaba el militar- “vamos, vamos, aún puedo escapar”.
Comenzó a moverse, muy lentamente… recogió su capa y trató de incorporarse despacio, evitando cualquier sonido que pudiera despertar al Otro. Sus rodillas se quejaron con un crujido, pero el Extranjero no se inmutó.
-“Bien, bien, ahora coge tu espada y lárgate de aquí”- Había dejado su larga tizona apoyada en el tronco de un árbol próximo. Alargó su mano y la tomó de la empuñadura, pero no pudo evitar el roce con la vaina, lo que provocó un fino sonido metálico.
Pedro, abrió un ojo.
-¿Ya os marcháis amigo?- preguntó sonriendo.
Tratando de evitar mirarle los pies, el caballero asintió sin contestar.
-Me parece que hacéis mal, hay mucho indeseable por ahí. Algunos asesinos vienen a mi bosque a refugiarse y podrían haceros daño- mientras decía esto, el extraño ser comenzó a incorporarse.
Por toda respuesta, el atezado militar emprendió la huida.
-¡No os vayáis, señor! ¡No tan rápido! ¡Sólo quiero haceros una pregunta!- gritó el Extranjero- ¡Sólo una pregunta, señor!
El caballero, siguió corriendo, sin mirar atrás. La espada, larga y pesada le estorbaba pero no quería abandonarla. Podía necesitarla para salvar su vida. Detrás suyo oyó un ruido de galope: toc, toc, toc…
-¡Esperad amigo!- la voz del ser antinatural se oía algo más cerca, por lo que debía estar persiguiéndolo. Sin embargo no se oía entrecortada, como correspondería a alguien que ha emprendido una veloz carrera.
-¡Si aún no hemos terminado nuestra charla!
-¡Oh, Dios! ¡Dejadme en paz, engendro del averno!-no pudo evitar exclamar el militar.
-¿Dios? ¡Dios! ¡JAJAJAJA! ¡Dios no quiere saber nada de vos, señor! ¡Es más, aquí Dios no existe!
El perseguido, ya sumido totalmente en un estado de terror-pánico corría de forma alocada, sin percatarse de nada de lo que le rodeaba. Se encontraba totalmente desorientado, agotado por la carrera y sin otro pensamiento en su cabeza que la huida. Finalmente, incapaz de continuar cargando con ella, arrojó la espada al suelo. Libre de estorbos continuó su loca carrera.
En un momento dado, se percató de que un silencio sepulcral parecía haber invadido el bosque. No se veía apenas, ya que la niebla lo rodeaba todo. Miró su reloj, pero se encontraba parado. Al parecer había olvidado darle cuerda. Toc, toc, toc…
-¿Quién anda ahí?-gritó a pleno pulmón.
Toc, toc, TOC.
-Vuestra espada, señor, la habéis perdido.
El maléfico ser, se encontraba frente a él, portando su arma. La sacó de su vaina lentamente, con delicadeza. Aún estaba manchada de sangre. Era la sangre de Don Diego, su mejor amigo, a quien hacía unas horas había asesinado cobardemente.
-¿Sois la Muerte?- preguntó el militar.
-¿Yo?, no señor. Ya os lo dije antes, me llamo Pedro.
-¿Y qué queréis de mi?- preguntó en un susurro el infeliz.
-Yo sólo hago mi trabajo. Soy leñador. Debo cortar los árboles podridos.
La espada del asesino se elevó sobre la cabeza del militar, que de esta forma rendía cuentas de su pecado. "
Nosferatu
Muy bueno! Me gusta el ritmo, el tema y cómo es tratado. Fácil de leer y muy bien escrito, enhorabuena!
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